Tomás Barrera (1870-1938) es el ejemplo arquetípico de compositor hispano de los siglos XIX/XX cuya actividad creativa estuvo vinculada fundamentalmente al ámbito teatral, lo que en la España del cambio de siglo quería decir al mundo de la zarzuela; en relación con este hecho no es nada extraño el olvido de su obra y de su figura, que se une al de otros muchos compositores y libretistas. La brecha abierta en España por la guerra civil hace que la zarzuela pase de ser un género vivo a uno histórico; y la historia se escribirá con una selección de nombres, no necesariamente los mejores, suponiendo la desaparición de otros muchos. Es desde hace no mucho cuando se ha vuelto la mirada atrás para reescribir esa historia añadiendo al discurso ya escrito las conclusiones derivadas del conocimiento de obras esenciales totalmente desconocidas de los autores ya consagrados y lo que es más importante de obras de autores completamente olvidados. Ese es el caso de Tomás Barrera. En marzo de 2003 la localidad natal de Barrera (La Solana, en Castilla-La Mancha) dio a su ilustre hijo un homenaje, inaugurando un teatro con su nombre. Para tan memorable ocasión fue concebido el brillante montaje de la compañía Ópera Cómica de Madrid que ahora se presenta en el marco de la temporada lírica del Teatro Villamarta de Jerez de la Frontera (en Andalucía). En dicho programa se presentaban dos zarzuelas chicas de Tomás Barrera. Cada una de estas obras está firmada por otro músico más; así si para el caso de Emigrantes Barrera comparte cartel con Rafael Calleja (1870-1938) en el caso de La señora capitana su colaborador es Quinito Valverde (1875-1918). Los libretistas de ambos trabajos son el popularísimo José Jackson Veyán para La señora capitana y el más joven y desconocido Pablo Cases para Emigrantes. Pocas cosas más comparten estas obras además de uno de los autores y de la extensión en un acto. Si en La señora capitana hemos descubierto con placer una deliciosa muestra de desenfadado género chico en la línea de los mejores juguetes cómicos de Chueca, Chapí o Fernández Caballero en Emigrantes nos ha sorprendido un subgénero serio de impactante poder dramático, evocador de intensos sentimientos y dotado de un no muy frecuente sentido de crítica social.
En ella la música es un elemento más al servicio del clima a lograr y del mensaje a transmitir. La romanza "Adiós Granada" puesta en esta producción en boca del personaje de Tordiyo, y única muestra de la producción de Barrera que ha perdurado hasta hoy en el recuerdo de muchos, produce un verdadero nudo en la garganta por la emotividad de la que está cargada; el buen hacer de Juan Manuel Cifuentes no obstante coadyuvó a lograr ese clímax. Resulta difícil sin embargo extraer de estas dos zarzuelas una idea definida de cómo era la personalidad creativa de Barrera (y menos aun de Calleja o de Valverde hijo); tenemos en ellas indicios y el conocimiento futuro de otras obras de estos músicos enriquecerá nuestra visión de los mismos. Es innegable no obstante la aclimatación de estos autores a un mercado el del género chico de la primera década del siglo XX, que por cierto está empezando su decadencia que demanda adaptarse a unos modos escénicos y musicales dados que son garantía de éxito. Emigrantes saliéndose de la norma (que imponía lo cómico y lo ligero) no es una excepción ya que hay un grupo de obras serias con contenido social. El argumento de Emigrantes es sencillo pero muy conmovedor: un buque mercante ha partido de Cádiz con rumbo a La Habana llevando entre el pasaje a unos cuantos emigrantes españoles que van a América a buscar mejor fortuna ante la falta de futuro de la España del momento. Narra por tanto algo que no por habitual en la época resultaba menos dramático. La obra recrea las sensaciones que se suscitan en el ánimo de estos hombres y mujeres que no tienen más que lo puesto o de aquellos pasajeros que desde una posición desahogada les ven pasar por el barco como ya han visto a otros muchos. Es inevitable sentirse tocado por una historia que España "sufre" ahora a la inversa como opulento receptor de emigrantes procedentes de países mucho más pobres. La señora capitana narra la historia de amor entre la hija de un general y un oficial de origen humilde del acuartelamiento en que ella vive. La madre de la novia se opone a las aspiraciones de su hija y pretende casarla con un rico caballero que en realidad es un don nadie. Las intrigas de la mujer del capitán, una simpática entrometida servida inigualablemente por esa institución llamada Milagros Martín, consiguen descubrir al impostor permitiendo que la historia de amor concluya felizmente. El montaje escénico de Emigrantes tiene un poder visual impactante: se recrea con fría estilización, llena de significación, el exterior del barco que está en alta mar en medio de la noche. Como si estuviéramos situados en una embarcación que navegara en paralelo podemos apreciar a todos los personajes en su deambular por las cubiertas del barco. Un inteligente uso de las luces contribuye a definir ese territorio de la incertidumbre que es el espacio que dista entre la yerma tierra de origen y la prometedora tierra de llegada. La escenografía empleada en la puesta en escena de La señora capitana es mucho más convencional aunque tiene una presencia digna. Se trata en este caso de dar un marco adecuado a una divertida historia cuyos resortes más importantes son la vis cómica y la musicalidad de los actores. Los figurines de ambas obras tienen gran eficacia siendo dignos de elogio algunos de los aparecidos en la más mundana señora capitana. La sencillez del movimiento escénico del juguete de Barrera y Valverde hace de la iluminación de éste un elemento que pasa más desapercibido a pesar de su eficaz uso. Los intérpretes fueron especialmente aplaudidos en La señora capitana ya que la obra invitaba más al lucimiento escénico y canoro. En el caso de Emigrantes el público se vio sorprendido por la brevedad de la obra y su reacción de entusiasmo ante la belleza de la misma y de su puesta en escena se vio atenuada por dicha sorpresa. Sin lugar a dudas los intérpretes Juan Manuel Cifuentes y Salvador Baladez encargados de los dos momentos de mayor lucimiento vocal de Emigrantes (la romanza antes aludida y el zortzico respectivamente) fueron los que más aprecio se ganaron.
Juan Manuel Cifuentes en el simpático papel del asistente Rubiales tuvo intervenciones destacadas (especialmente feliz fue el dúo con la capitana donde ésta le enseña con gran garbo a manejar el fusil). El resto del reparto tuvo una gran altura escénica, destacando en lo musical especialmente el coro masculino. Un recrecido Ensamble de Madrid (con una composición suficientemente amplia como para poder abordar las obras con su orquestación original) acometió ambas partituras con corrección bajo la experimentada batuta de Luis Remartínez quien de La señora capitana supo sacar bellos momentos llenos de brío y color. Ambas obras se representaron por un grupo de artistas de gran talento y que muestran un indudable amor al género lírico español. Ópera Cómica de Madrid es siempre en este sentido una garantía de calidad interpretativa, innovadoras propuestas escénicas y respetuoso abordaje de texto y música. Sólo con eso nos podríamos dar por satisfechos pero es que además si hay algo que caracteriza el proyecto de Francisco Matilla es su mirada a nuestro pasado musical más maltratado: las recuperaciones de obras totalmente olvidadas jalonan con gran preeminencia la exitosa trayectoria de esta compañía lírica. Nos resta reflejar un dato histórico de relevancia: La señora capitana se halla vinculada a la historia del nacimiento de la Sociedad de Autores Españoles (hoy S.G.A.E.). Tanto Barrera como Valverde hijo (y Calleja) se vincularon al proyecto capitaneado por Ruperto Chapí y Sinesio Delgado; a través del recurso de firmar doblemente las partituras, las registraban en la tiránica sociedad de Florencio Fiscowich y en la recién nacida S.A.E. Los ingresos derivados de los éxitos de La señora capitana y de El género ínfimo (de 1901, también de Barrera y Valverde) fueron en este sentido decisivos para que la sociedad se fortaleciera y empezara a hacerse imprescindible para los empresarios músico-teatrales a la hora de que éstos eligieran las obras a programar. Se trocó por tanto esta pacífica capitana en eficaz arma ayudando a que se hicieran valer los derechos de músicos y libretistas hasta entonces injustamente explotados. © Ignacio Jassa Haro, 2003 EMIGRANTES. Cuadro
lírico en prosa y verso. Música: Tomás Barrera y
Rafael Calleja. Libreto: Pablo Cases. Reparto: Juan Manuel
Cifuentes (Tordiyo); Aurora Frías (Loliya); Francisco Matilla (Bermejo);
Paco Lahoz (Arturo); Salvador Baladez (un vascongado); Gonzalo Terán
(marinero). |