Se ha celebrado ya la tercera edición de las Jornadas de zarzuela de la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero. Este año se ha centrado en un peculiar fenómeno musico-teatral característico del multifacético Madrid del primer tercio del siglo XX, el denominado Teatro de Arte, al que se dedicaron los Encuentros, la producción escénica del Festival y la Exposición. Pero esta intensa edición de las Jornadas también incluyó una Feria (este año centrada en teatros y compañías productores de espectáculos líricos), un ciclo denominado "zarzuela para to@s" (un programa de actividades divulgativas orientadas a los públicos junior y senior) y la presentación del Libro de la pasada edición. Recogemos en esta triple crítica firmada por Miguel Ángel Ríos Muñoz, que debuta en nuestro portal como comentarista, lo que dio de si el Festival, en el que además de la producción escénica más arriba aludida se programó un concierto para piano y otro para orquestina relacionados de forma tangencial con la temática de los Encuentros. La pantomima al
piano Cuenca, ciudad de las Casas Colgadas, del Júcar y del Huécar y podríamos decir, por qué no, de la zarzuela. El auditorio dio la bienvenida el último fin de semana de septiembre, a las III Jornadas de Zarzuela organizadas por la Fundación Guerrero. Tres fueron los conciertos que se realizaron a lo largo de las sesiones, siendo el primero un recital de piano de la mano del músico australiano y profesor de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, Duncan Gifford. Y ¿por qué un recital sin cantante, si son jornadas de zarzuela? Porque en un afán de dar a conocer el teatro musical español, la Fundación Guerrero puso como eje temático el Teatro de Arte, en el que la pantomima tuvo un papel fundamental, sobre todo para la renovación de la cultura musical española. Comenzó la velada con la escena pantomímica que el compositor Rafael Calleja introdujo en S.M. el Couplet, para presentar a la sociedad lo que significaba este género como novedad en la época. Esta música bailable y grácil debió de ser para Duncan Gifford una de las piezas más fáciles de interpretar, ya que la mayoría de las obras que continuaron, rezumaban un gran virtuosismo. Vimos en Juegos malavares de Amadeo Vives o Las golondrinas de José María Usandizaga, una gran densidad sonora y un trabajo elaborado, que nos hicieron volver la vista atrás en el tiempo y pensar en las composiciones pianísticas de Liszt. Aunque la finalidad de todas las obras del programa era la escena, y con ello la orquesta, todas ellas no desentonaban al interpretarse al piano. No debemos olvidar, que los maestros repetidores eran los encargados de tocar esta música, lo que nos habla también de la destreza que tenían que mostrar en los ensayos. Seguramente, dichos pianistas no se dejaban el alma zapateando en Molinos de viento de Pablo Luna, como sí lo hizo nuestro pianista, pisando fuerte mientras tocaba, dando así su toque de autenticidad a la escena mímica. Concluyó el programa con el fox trot Nelson keys de Luna, un tipo de baile que tuvo cabida en España, cuya sonoridad americana chocó con el vals de El reloj de cuco de Tomás Bretón. Con estos dos bailables, se percibió el cambio estilístico presente en la primera mitad del siglo XX; la vieja escuela de Bretón dio paso a otros compositores que renovaron la estética musical. Las armonías etéreas en El botón de nácar de Luna y los momentos modales, se percibieron como novedad en el lenguaje utilizado, y agradaron tanto al público del pasado como al de Cuenca. La velada terminó con la interpretación de un par de piezas de regalo, entre las que destacó el pasodoble Ballesteros de Luna. Dicha ejecución no habría sido del agrado de bailarines, de cuyos pies habría salido fuego como si de un galop infernal se tratara, por su tempo bastante ligero. Pese a este pequeño detalle, nos quedamos con la brillante ejecución de Gifford de un repertorio poco habitual, que la Fundación Guerrero nos brindó la oportunidad de escuchar. La
zarzuela-jazz ¿Qué pensarían el maestro Vives y el arreglista J. Trayter si les dijéramos que el arreglo de Bohemios iba a ser escuchado por un público atentamente? - ¿y no en un casino, ni en un hotel? Zarzuela-jazz es el título dado al segundo concierto de las III Jornadas de Zarzuela de la Fundación Guerrero, que nos brindó la oportunidad de escuchar una sonoridad olvidada de la zarzuela. Abandonando el foso del teatro y cambiando de hábitos a una indumentaria informal, la Orquesta Gran Vía 78 lugar en que se ubica la sede de la fundación, donde se levanta el Edificio Coliseum que erigiera el maestro Guerrero se nutrió de miembros característicos de las orquestinas o jazz-band que amenizaban las veladas en torno a los felices años 20. Formada por 13 músicos, que entremezclaban el color de la cuerda clásica con el metal, los saxos, la percusión, y bajo la dirección al piano de Duncan Gifford, la orquestina nos ofreció un concierto con obras de los más destacados compositores de zarzuela de la primera mitad del siglo XX. Empezando por la ya citada Bohemios, el numeroso público que llenaba el patio de butacas escuchó obras de Francisco Alonso, Pablo Luna, José Serrano, Federico Moreno Torroba y cómo no, de Jacinto Guerrero. El repertorio se caracterizó por la interpretación, mayoritariamente, de selecciones de zarzuelas como por ejemplo El asombro de Damasco o Los cadetes de la reina de Luna en los que se hilaban, de mala manera en muchos casos, los diversos números; debido a modulaciones poco ortodoxas de los arreglistas o por los cortes bruscos que no conseguían una continuidad musical dejando al público pensando: ¿tengo que aplaudir ya? Además de estas obras, se tocaron dos números sueltos, el Schottisch del Parapapa de La boda del señor Bringas obra de Moreno Torroba, en la que destacaron unos castizos saxofonistas; y el Foxtrot americano de la revista reformada de Las corsarias del maestro Alonso. En esta pieza, sí pudimos escuchar lo más cercano al jazz que anunciaba el título del concierto por pertenecer el foxtrot al repertorio de las primeras orquestas de jazz, que magistralmente integraba el maestro granadino en sus obras. Habría que coger con pinzas la palabra jazz al hablar del resto, ya que la sonoridad y el tipo de arreglos, se asemejaban más a los que se realizaban para banda militar que también amenizaban por la época las noches de fiesta en las ciudades y pueblos. Es La alegría del batallón de José Serrano la que despierta en el oyente conocedor de la música para banda más similitud, debido al bagaje que tenemos en España; por tanto, no podemos ver como jazz muchas de las obras que se escucharon en Cuenca esa noche. Pese al título, no muy logrado, la música nos trasladó a otra época con una agrupación que había desaparecido del panorama musical. La Orquesta Gran Vía 78 realizó un concierto gratamente musical, destacando la calidad de todos los músicos, en especial la del director Duncan Gifford, quien con unos pequeños gestos dirigía en momentos muy puntuales a la orquesta, cuyo ritmo interno conseguía una gran compenetración. El trabajo realizado en los ensayos, se demostró con la unidad conseguida en los solos, en los que solían doblarse instrumentos tan diversos como el violonchelo y el trombón consiguiendo un trabajo musical muy completo y una tímbrica muy variada. El público, en su mayor parte asistentes a las Jornadas, aplaudió con mucho ímpetu al finalizar la selección de Loza Lozana de Jacinto Guerrero que daba fin al programa previsto. Pero ahí no acabó el concierto, sino que la orquestina tenía preparados dos bises. El primero, un número de La caramba de Torroba y para concluir se interpretó, con apoteosis final, el famoso pasodoble de Las corsarias de Alonso, en el que poco faltó para que alguna señora cantase el Como el vino de Jerez, y el vinillo de Rioja La autenticidad de este concierto radicó en poner sobre un escenario moderno un conjunto heterogéneo de músicos, en un ambiente para el que no fueron pensadas esas obras, pero que nos dió la posibilidad de escuchar en directo o en una futura retrasmisión de Radio Clásica, que registró el concierto esos arreglos que adornaban las noches en los casinos provinciales, en hoteles, salas La pantomima en
escena Si nos preguntaran qué es la zarzuela, diríamos que es canto y habla; por lo tanto, al espectador escéptico le chocaría ver que en la representación del último día de las III Jornadas de Zarzuela de la Fundación Guerrero, sólo se cantó una única pieza en la segunda obra que se puso sobre el escenario. Y es que este año las jornadas tuvieron como tema principal el Teatro de Arte (1916-1925), y más concretamente la pantomima. El artífice de este nuevo teatro fue Gregorio Martínez Sierra, quién tomó como sede el Teatro Eslava para renovar el teatro musical de la capital desde todos los puntos de vista, decorados, vestuario, actores, cantantes, utilizando todos los recursos posibles, como por ejemplo la electricidad. La renovación fue tal que llegó al escenario del Eslava la pantomima, en la que se suprime la palabra y con ello el canto. Dos fueron las que se pudieron ver en el Teatro Auditorio de Cuenca, El sapo enamorado con argumento de Tomás Borrás y música de Pablo Luna y El corregidor y la molinera argumento esta vez de Gregorio Martínez Sierra y música de Manuel de Falla. La primera de ellas, nos cuenta la historia de un sapo humanizado que se enamora de una bella joven, la cual prefiere a un apuesto adolescente; así que pide ayuda al genio del agua para conseguir el corazón de la bella. El genio le da riquezas y tras varias vicisitudes, el sapo consigue enamorarla yéndose primero con su amiga, quedándose el joven con el corazón roto y la amiga soltera. Para contar esta historia de cuento de hadas, la directora artística Rita Cosentino y todo su equipo, tomaron como idea principal el cine mudo, presente ya en la época en que se estrenaron las dos obras. Cuando pensamos en ese tipo de cine, a nuestras mentes viene la figura de Charlie Chaplin, y eso mismo debió de pensar Cosentino, ya que el personaje principal el sapo estaba caracterizado como tal, con una ligera sutileza; para que se asemejara más a su rol animal, la figurinista Gabriela Salaverri, diseñó el traje de color verde, dejando atrás la tentativa de un disfraz, abogando más por la innovación dotando al conjunto además con el característico bombín negro. El resto de vestuario, magníficamente diseñado y vistoso, nos metía de lleno en los años 20 más americanos que españoles, destacando de entre todos, los exóticos y sugerentes vestidos de las bailarinas que se proyectaron. Y es que la representación mezclaba el escenario con la pantalla de cine dualismo al que nos están acostumbrando en el Teatro Real de Madrid en la que aparecían decorados, personajes y subtítulos en algunos momentos, para seguir la trama si no se conocía. Estos aportes argumentales contradicen la idea de la pantomima y no eran necesarios, gracias al estupendo trabajo gestual y del espacio realizado por todos los miembros del elenco. En especial hay que aplaudir el trabajo realizado por Aarón Martín como Sapo, que si bien, no podía decir ninguna palabra, su cara lo decía todo. María González Bella y Estrella Martín Amiga coqueteaban entre la burla y el interés por el sapo de una manera magistral. Y es que no podemos desmerecer a ninguno de los personajes que subieron al escenario, porque todos ellos actuaron de tal manera, que daban coherencia a un texto inexistente para el espectador. La orquesta encargada de guiar la trama de Borrás fue el Ensemble Drama!, una formación especializada en música contemporánea que ha adaptado aquí su composición a la del foso del Teatro Eslava. El encargado de dirigirla fue Nacho de Paz, quien no se pierde ninguna de las Jornadas desde su creación. Dejando de lado algún desajuste de afinación, debemos felicitarles por el enorme trabajo realizado y la sonoridad compacta que consiguieron no como nos tienen acostumbrados en producciones comerciales. Supieron interpretar magistralmente tanto la primera obra como El corregidor y la molinera, que pese a ser dos obras contemporáneas, necesitan un trabajo diferente en su ejecución. Continuemos la pantomima con la obra de Falla conocida más por su versión de ballet El sombrero de tres picos la cual, se representó con base a la primera versión que realizó para el teatro de Martínez Sierra. Eso conllevaba la orquesta reducida, la gestualidad y el movimiento en escena. Al trabajo realizado por Rita Cosentino, se unió el del coreógrafo Fernando Lázaro quien fusionó la música de Falla con la modernidad del baile. Estrella Martín Molinera y Baldo Ruiz Molinero quienes tomaron los roles protagonistas, compenetraron el trabajo actoral con los sutiles y etéreos movimientos diseñados para ellos. Al elenco que había realizado la primera obra se le unió Ramón Merlo, caracterizado como un arrogante y déspota Corregidor; dos niños, Olivia Martí y Alex Lazarescu, cuyo papel no llegamos a entender, ya que sólo aparecieron al principio en una escena campestre fácilmente eliminable y Beatriz Oleaga como cuco. Fue ella la encargada de cantar la única pieza de toda la mañana, y pese a tener una potente voz, su dicción dejó mucho que desear. No olvidemos que si la música tiene texto, el compositor quiere que el mensaje llegue, si no, no lo pondría y siendo lo único que se dice en toda la obra, habría que haber puesto empeño para ello con otro estilo de cantante. La dificultad de hacer dos obras seguidas con el mismo elenco, radica en no mezclar los personajes, ya que eran dos historias completamente diferentes; todos supieron representar sus roles a la perfección, y qué difícil es la versatilidad mostrada por María González, por ejemplo, que pasó de una altiva y presumida Bella a una seria y seca segundona Corregidora muy bien lograda con un semblante serio y beato. La puesta en escena cambió radicalmente con el uso de paneles móviles. Como si de un puzle se tratase, eran transportados por los propios actores permutando los lugares cada vez que los movían. Los paneles nos acercaron al decorado moderno, pero sin perdernos en la ambigüedad al estar adornados con pinturas que realmente te hacían ver un lugar de Andalucía, una casa, la calle, el campo. La sombra creada por las hojas de los árboles que se proyectaba sobre la pared de la casa, es algo que se pudo pasar por alto, pero son los pequeños detalles los que dan calidad a una obra. Si no tuvieron ocasión de asistir a la representación en Cuenca, podrán ir a verla el día 27 de febrero de 2016 a la Escuela Superior de Canto de Madrid, teniendo los días 24, 25 y 26 funciones escolares (desdobladas. Y si eso fuera poco, esperamos con ansia la grabación que se realizó, que verá la luz el año que viene en DVD, como ya hiciera con El Terrible Pérez la Fundación Guerrero. Es una verdadera pena que estas dos maravillosas obras no circulen por los teatros españoles y se queden casi en funciones efímeras. La calidad que rezuma, tanto la música como la producción, debería ser tomada en consideración por los programadores musicales, ya que si en Cuenca se puede ¿por qué no en otros teatros? Para terminar quisiera citar a Mercedes Sosa que cantaba Si se calla el cantor calla la vida porque la vida, la vida misma es todo un canto por tanto ¿muere la vida y con ello el arte al hacer pantomima? No, señora Mercedes. © Miguel Ángel Ríos Muñoz 2015 La pantomima al
piano. Teatro Auditorio de Cuenca (Sala 2) La zarzuela-jazz.
Teatro Auditorio de Cuenca (Sala 1) La pantomima en
escena: El sapo enamorado/El corregidor y la molinera. Teatro
Auditorio de Cuenca (Sala 1) portada de zarzuela.net 18/X/2015 |