Maria del Pilar, Teatro de la Zarzuela 2018, (c.) Javier Real

María del Pilar
(Versión de concierto)


Música: Gerónimo Giménez
Libro: Francisco Flores García
y Gabriel Briones


Teatro de la Zarzuela
(Madrid, 30 de noviembre de 2018)

una crítica de Antonio Díaz-Casanova


Gerónimo Giménez, grande de España

Noche histórica e inolvidable la vivida el pasado 30 de noviembre en el Teatro de la Zarzuela, con la recuperación, tras más de cien años de olvido, de María del Pilar (Teatro Circo Price de Madrid, 17 de diciembre de 1902), zarzuela en tres actos, con libreto de Francisco Flores García y Gabriel Briones, y música de ese gigante de la música española que es Gerónimo Giménez. Cuando se tiene la oportunidad de descubrir y disfrutar de un tesoro escondido de este calibre, la reacción del público no puede ser otra que la rendición sin condiciones, que fue justo lo que ocurrió en esta memorable velada donde se alcanzó un grado de conmoción y de concentración máximos, poco habitual en el teatro de la calle de Jovellanos.

Geronimo GimenezEl caso de Gerónimo Giménez es uno de los más sangrantes de nuestra historia musical. Compositor dotadísimo, de amplio bagaje gracias a sus estudios en el extranjero (París y Roma) y a su larga experiencia como director de orquesta (en teatros como La Zarzuela o Apolo, además de la Sociedad de Conciertos de Madrid, de la que fue titular durante más de una década), lo que le permitió estar completamente al día de las corrientes musicales de su tiempo, se vio constreñido, por las circunstancias socio-culturales de la época, a dedicarse casi en exclusiva al teatro por horas y a géneros emergentes como la revista o la opereta, acabando su vida olvidado y poco menos que en la miseria. María del Pilar fue una de las contadas ocasiones en que el maestro pudo desplegar todo su talento en una obra de grandes dimensiones y de largo alcance, y a fe que supo aprovechar la oportunidad.

Estamos ante una obra que sabe recopilar lo mejor de sus modelos contemporáneos pero desde una óptica particular, con capacidad para la cohesión, la síntesis y el engranaje sutil, lo que otorga a toda la composición un carácter y una personalidad con una extraordinaria fuerza de seducción. Ya desde la introducción orquestal que da inicio a la obra, nos encontramos con un mundo zarzuelístico desusado, con esa célula melódica que se repite en una especie de ir y venir ondulante que tanto recuerda al comienzo de El Oro del Rhin wagneriano, un autor al que Giménez parece tener presente siempre, tanto en las sonoridades oscuras y sombrías del personaje de Marcelino (que tanto lo acercan a figuras negativas como Telramund o Hagen), como en las delicadezas orquestales de la preciosa romanza de Esperanza, que traen a la memoria los personajes de Elsa o de Elisabeth, sobre todo la plegaria de ésta en el tercer acto de Tannhäuser. Las exquisiteces de la ópera francesa aparecen sobre todo en los acompañamientos orquestales a algunas romanzas (la del tenor del segundo acto y la del bajo en el tercero), y en los sonidos envolventes del preludio del tercer acto donde aparecen ecos del Romeo y Julieta, de Gounod.

Geronimo Gimenez - Maria del PilarTampoco faltan, obviamente, las influencias de la gran tradición operística italiana, desde el belcantismo más formal del dúo de voces graves, con amplias y rotundas frases melódicas (uno de los números más apreciados la noche del estreno), pasando por el impulso pasional y verista de muchas frases y de muchas situaciones, hasta concluir en la soberbia construcción del concertante que da fin al primer acto, que recoge desde el clásico “concertato di stupore” donde cada personaje reflexiona sobre sí mismo, hasta la “marejada sonora” (con cierto parentesco con aquel concepto llamado “groundswell” que articularon algunos estudiosos de la ópera italiana como Julian Budden, y que tanto abundan en los números de conjunto verdianos o en el final de Norma, por ejemplo) que sirve para envolver a todos los personajes en una especie de catarsis colectiva de indudable efecto emotívico.

Por contra, resulta curioso en una obra que desarrolla su acción en ambientes regionales y con un compositor tan conocedor del folklore nacional como Giménez, la escasa aparición de “color local” a lo largo de la partitura. Quizás llevado por la propia convicción del maestro de que hay que universalizar las pasiones, los elementos folklóricos quedan reducidos a las apariciones del coro y los personajes cómicos, con sus cantos y aires populares (en el caso de los números de conjunto en los que intervienen los personajes secundarios, siempre organizados con un trazo exquisito), y a la esplendorosa jota que abre el segundo acto. Sólo hay una excepción más, que supone un aporte muy interesante por parte de Giménez, y es cuando los personajes principales (María del Pilar, Esperanza, y sobre todo Rafael) buscan el refugio de la infancia o añoran la tierra que les vio nacer (dúo Esperanza-Rafael; comienzo del final del primer acto; o al principio de la escena final), casi como un efecto purificador y descontaminante del entorno viciado que les rodea.

Otra circunstancia a resaltar en la obra es el trabajo orquestal, de altísimo nivel. La orquesta no se limita a acompañar el canto (en una partitura de envergadura, compuesta por números de amplias dimensiones y estructuras), sino que también comenta la acción, la impulsa, y envuelve cada momento con una luz particular, gracias sobre todo a la sabia utilización de las diferentes familias de instrumentos que dan a la partitura una riqueza tímbrica y de color poco habitual en el género. Desde la delicadeza de la cuerda (con inicio y cierre a cargo de los chelos) en la romanza de Esperanza, hasta las dolientes intervenciones de las maderas (oboe, y sobre todo el corno inglés, como sustento del concertante, y como compañero de Valentín en su romanza), pasando por las sonoridades oscuras y turbias de la cuerda grave y los metales en los momentos de mayor intensidad dramática. Interesante también la labor de la orquesta en el aspecto motívico de los diferentes personajes (el tema de María del Pilar, recurrente en varios momentos de la partitura; o la amenazante célula melódica que define las apariciones de Marcelino, por ejemplo), un aspecto musical que permite incardinar los elementos dramáticos de la historia.

Oliver DiazPara que esta recuperación de María del Pilar luciera en todo su esplendor hemos tenido la suerte de contar con uno de los directores jóvenes con más potencial dentro del panorama nacional: Óliver Díaz. Ya sabíamos de su valía desde hace tiempo, pero con esta labor ha pasado la reválida definitiva. Hacía mucho que no se escuchaba a la Orquesta de la Comunidad de Madrid sonar con la pastosidad, la elocuencia y el brillo con que ha sonado al mando de la batuta del maestro Díaz, quien ha sabido extraer de la partitura hasta el más mínimo detalle, aunando con extraordinaria maestría momentos flamígeros con otros de inusitada delicadeza. Magnífica la manera de construir en progresión el soberbio concertante que cierra el primer acto, así como la escena final, con esas sonoridades casi religiosas, hasta rematar con la deslumbrante entrada última del coro, “purificadora”, que pone un luminoso punto final a la obra, y que tanto recuerda a la conclusión del Guillaume Tell rossiniano. De igual manera, ofreció un acompañamiento alfombrado a momentos de refinada belleza, como la romanza de Esperanza o el crepuscular canto de Valentín en su momento solista del último acto. Además el maestro supo contagiar su entrega y su entusiasmo a todos los elementos a su disposición, tanto la orquesta y coro como los solistas, a los que además arropó y sostuvo con generosidad, sabedor de que se enfrentaban a unas tesituras de órdago. Sin duda, el gran triunfador de la noche, aparte de la propia obra, y un talento al que no queremos perder de vista en el Teatro de la Zarzuela.

Carmen Solis, © MusiespanaEl elenco vocal, como se ha avanzado ya, se tenía que enfrentar a unas tesituras y a un estilo de canto muy exigente (de clarísimas influencias veristas), sobre todo en lo que hace a potencia, bravura de acentos, y resistencia, alcanzándose sobre todo un resultado global y una labor de conjunto muy estimable, aunque no todos los cantantes contaban con los papeles técnicos en regla como para salir airosos del trance. Hay que destacar principalmente el aspecto expresivo, ya que hubo variedad e intención en el fraseo, juegos dinámicos y acentuación dramática, gracias sobre todo a la inspiración y al estímulo que el maestro Óliver Díaz les ofrecía desde el atril. El mejor canto lo ofreció Rubén Amoretti, que bordó su romanza, y que tuvo que saludar por partida doble ante el entusiasmo del público. Carmen Solís (María del Pilar) e Iwona Sobotka (Esperanza) tienen buenas hechuras en el centro de la voz, pero se destemplan bastante al subir al agudo. Damián del Castillo (Marcelino) tiene una voz demasiado lírica para las rotundidades que pide su personaje, por lo que tuvo que bregar con pundonor ante las dificultades. Caso aparte el de Andeka Gorrotxategui (Rafael), un tenor acostumbrado a asumir papeles terroríficos y para los cuales no se encuentra preparado técnicamente, por lo cual tarde o temprano empezarán a pasarle factura. La voz tiene pegada y el cantante es bravo (aunque poco elegante, como demuestran esos ataques al agudo siempre desde abajo, con unos portamentos feísimos), pero hace sufrir al espectador y los resultados dejan mucho que desear. Funcionales los personajes secundarios a cargo de David Sánchez (en exceso engolado), Marina Rodríguez-Cusí (algo apagada vocalmente) y Jorge Rodríguez-Norton (bastante suelto y pizpireto en los acentos).

Y algunos apuntes finales. Destacar la adaptación del libreto llevada a cabo por María Velasco, que ha aportado reflexiones interesantes, y que ha servido como narrador Mario Gas, de manera sobria pero muy eficaz. Agradecer la labor de Juan de Udaeta, quien se ha encargado de la edición crítica de la obra. Recordar que la obra se ha interpretado en memoria de Jesús López Cobos, fallecido hace unos meses, y quien fue el impulsor de toda esta maravillosa historia de recuperación de María del Pilar, ya que fue el maestro zamorano quien intuyó la grandeza de la partitura al escogerla entre algunas otras que le habían ofrecido. Censurar que en los saludos finales no se levantara la partitura como justo homenaje al autor, hecho que suele hacerse cuando una recuperación de este tipo logra el éxito alcanzado por María del Pilar. Y por último, pedir (exigir) al Teatro de la Zarzuela que siga por este camino de recuperación de nuestro patrimonio lírico, porque seguro que hay muchos tesoros por descubrir, y de Gerónimo Giménez más de uno. ¿Para cuándo Trafalgar?...

© Antonio Díaz-Casanova y zarzuela.net, 2018


Reparto: Carmen Solís, María del Pilar; Iwona Sobotka, Esperanza; Marina Rodríguez-Cusì, Señá Nieves; Andeka Gorrotxategi, Rafael; Rubén Amoretti, Valentín; Damián del Castillo, Marcelino; David Sánchez, Tío Licurgo; Orquesta de la Comunidad de Madrid, Coro del Teatro de La Zarzuela, d. Óliver Díaz

Maria del Pilar, Teatro de la Zarzuela 2018

Gerónimo Giménez - Página biográfica inglesa
portada de zarzuela.net

12/XII/2018