Goya
a todo
trapo

Albéniz y
Granados

Teatro de
la Zarzuela


(Madrid, 6 Abril 2003)

Isaac Albeniz
San Antonio de la Florida (1858)

San Antonio de la Florida • Goyescas

Una sensación especial, mezcla de la emoción y la curiosidad que me embargaban, recorrió mi cuerpo mientras escuchaba los bellos y delicados compases compuestos por Isaac Albéniz para un género en el que la historia no le tenía reservado un puesto capital. Pero precisamente por tratarse de un músico alejado de los ambientes zarzuelísticos, a la par que plenamente integrado en la avanzadilla musical de su época, su aproximación a los primeros (en forma de rutilante estreno en el Teatro de Apolo, probablemente su más sagrado templo) reviste un especial interés por cuanto aporta un modo novedoso de hacer zarzuela.

Este modo nuevo, que yo definiría como componer a la europea algo consustancialmente español, no tuvo gran eco entre público y autores; la suerte corrida por esta obra es en parte la responsable del olvido al que se ha visto sometida, pero sólo en parte puesto que la historia nos muestra ejemplos de muchos éxitos también hoy ignorados. Escuchar San Antonio de la Florida nos sitúa ante la extraña diatriba de reconocer una adscripción formal al género lírico hispano, a través de su trama argumental y sobre todo de sus números musicales habituales, dúos, romanzas, etc. (de una envergadura quizá más propia de zarzuela grande que de género chico, pero en cualquier caso plenamente zarzuelística) con un lenguaje musical mucho más elaborado, en cierto modo más "duro" de escuchar y menos teatral. Su obra en suma no "suena" a zarzuela y sin embargo lo es, pues la gran personalidad de la música de Albéniz lo hace posible.

Goyescas por su lado es una increíble materialización tridimensional de la mágica suite para piano de Enrique Granados. Forma parte del pequeño grupo de obras maestras "indiscutibles" de la lírica hispana, que espero que a través de las impagables recuperaciones que el Instituto Complutense de Ciencias Musicales está llevando a cabo pueda verse en un futuro próximo notablemente ampliado. La musicalidad de esta obra tan poco teatral es un excelente reclamo para atraer hacia la lírica a melómanos no operófilos.

José Carlos Plaza fue a mi juicio el gran vencedor de la velada. En San Antonio ... supo crear un espectáculo de una extraordinaria belleza visual; en Goyescas hizo algo todavía más difícil como es dejar fluir la música - valor capital de la obra - sin obstaculizar, distraer, alterar o traicionar a la ópera. De este modo el clímax a que llegaron todos los que estaban bajo la batuta de José Ramón Encinar - quienes en San Antonio ... debido quizá al mayor desconocimiento de la obra no pasaron de correctos – fue de auténtica exaltación de la vena poética y, lo que es más extraordinario, zarzuelística de la partitura granadiana. Porque en una obra con un espíritu a mi entender intimista e introspectivo, evocador de conceptos y no de imágenes, de indudable carácter camerístico y tan alejado del concepto de casticismo, se sumó a esta riqueza intrínseca y gracias siempre a la sabia lectura de Encinar un admirable colorido madrileño pleno de alegría y dinamismo, una calidez terrenal y humana, una orgía musical si cabe, a la que prácticamente nada tuvo que aportar pero sobre todo eclipsar e incluso robar la aludida claridad escénica de Plaza.

En Goyescas hubo una agradable diafanidad del espacio escénico, una gran contención en las obligadas evocaciones iconográficas (que quedaron casi exclusivamente de fondo), unos movimientos escénicos plenos de musicalidad, un colorido sensual, un vestuario cálido, una suma de elementos que actuaron de peana al monumento musical que se estaba elevando. Solamente robaron protagonismo a la música las raciales coreografías del primer intermedio y del segundo cuadro.

En San Antonio ... sin embargo la cualidad pictórica (traida de una forma un tanto forzada al emparejar la obra con Goyescas) adquirió una mayor relevancia que no robó sin embargo brillantez a la novedosa música. La rememoración de la pintura de Goya alcanzó su cenit en las escenas inicial y final de la zarzuela con una reconstrucción de los frescos de la cúpula de la madrileña ermita de San Antonio de la Florida que sorprendieron por su extraño mimetismo (barandilla incluida) con esa obra maestra de la pintura mural del siglo XVIII. El vestuario, la iluminación, la escenografía - virtual en su mayor parte - fueron de una extraordinaria eficacia en la consecución de un aspecto general de este montaje como de "cartón para tapiz".

Los intérpretes fueron en todos los casos correctos. Algunos destacaron sobremanera y por ello los nombro. Para la partitura albeniciana, Gustavo Peña (Gabriel) en lo vocal y los característicos Luis Álvarez y Raquel Pierotti (Don Lesmes y Doña Ascensión respectivamente) en lo teatral se llevaron "el gato al agua". En Goyescas Eduardo Santamaría, con su bellísima voz y en el papel más agradecido de la obra, construyó un Fernando cortés y lleno de brío aunque también supo matizar cuando fue necesario. La Pepa de Cecilia Díaz cantó con sinceridad, con garra, con majeza. Carmen Serrano, Enrique Baquerizo y Raquel Pierotti fueron, junto con el coro, las otras piezas del "puzle" granadiano y aunque con una mayor discreción desempeñaron sus roles con extraordinaria corrección; si no hubieran estado a la altura el resultado global se habría resentido, cosa que no ocurrió.

El Pelele (Goya)
El Pelele (Goya)
Escena de
Goyescas

El coro, con gran protagonismo en ambas obras, tuvo momentos de gran altura en San Antonio ... - por ejemplo en el número 7 de la partitura inexplicablemente mutilado en este estreno en tiempos modernos - y fue un auténtico héroe en Goyescas. La orquesta tuvo una delicadeza exquisita en San Antonio ... y una fuerza pocas veces vista en la historia reciente de este teatro en Goyescas. ¿Por qué un conjunto que muestra tal sinceridad con estas partituras está tan desmotivado al abordar el repertorio habitual del Teatro de la Zarzuela?.

Un espectáculo en suma singular y sobresaliente, sólo en Madrid puede verse algo así y sólo en un teatro como el de la Zarzuela puede verse brillar a esta altura. Ojalá sigan en esta línea de tanta compenetración entre todos los agentes implicados en el arte lírico las sucesivas temporadas del coso de la calle Jovellanos. Sólo pido que además de bueno haya “mucho”.

Quisiera finalizar mi divagación crítica haciéndome eco de un anectódico detalle no carente de valor en momentos como éste marcado por los hechos violentos. Se trata de la inclusión por parte de la compañía de un alegato contra la guerra en forma de "morcilla" en el diálogo en latín "macarrónico" que mantienen los dos falsos monjes en el cuadro segundo de San Antonio... Proclama Enrique, vestido con hábito de mercedario: "Guerra tremenda injustitia est, Pax in Mapa Mundi." Y yo digo: ¡Amén!.

© Ignacio Jassa Haro, 2003


Ficha técnica: San Antonio de la Florida. Irene: Raquel Lojendio; Doña Ascensión: Raquel Pierotti; Rosa: María José Suarez; Don Lesmes: Luis Álvarez; Enrique: Joan Cabero; Gabriel: Gustavo Peña. Goyescas. Rosario: Carmen Serrano; Pepa: Cecilia Díaz; Fernando: Eduardo Santamaría; Paquiro: Enrique Baquerizo; Una voz (Fandango): Raquel Pierotti
Bailarines y Coro del Teatro de la Zarzuela; Orquesta de la Comunidad de Madrid; Dirección musical: José Ramón Encinar
Escenografía: Francisco Leal y Enrique Marty; Figurines: Pedro Moreno; Coreografía: Goyo Montero; Iluminación: Francisco Leal; Dirección de escena: José Carlos Plaza

(Goyescas se presentó en una producción del Teatro Lirico di Cagliari, Italia, 2001)


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