Pablo Sorozábal (padre e hijo)
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Está comprobado. Cada vez que una obra de Sorozábal sube a las tablas hay un éxito garantizado. Sea cual sea el grado de acierto de los directores de escena, la finura con que empuñen la batuta los directores de orquesta, o la gracia y soltura que con que se desenvuelvan los actores y cantantes, el resultado siempre proporciona cuanto menos agrado en los espectadores. Jamás, ni aun en los casos de menos medios materiales o de más limitada imaginación y recursos técnicos, el público sale defraudado de una de sus zarzuelas. Y eso se debe a un único culpable: el instinto teatral del compositor donostiarra. El montaje que el Teatro Español acaba de estrenar este estío se torna en inmejorable demostración de lo que estamos apuntando. Una producción de austera escenografía, un foso pequeño o una dirección de escena que peca de convencionalidad, podrían haber hecho de una obra como Las de Caín, que descansa en un texto de los Quintero sobre el que sí que ha pasado el tiempo, algo muy poco atractivo. Sin embargo la gente disfruta del montaje, presentado de un tirón, y ningún espectador de los que tanto clarean con sus cabelleras la platea o los palcos abandona la sala hasta que, pasadas dos horas largas, llega el venturoso final. Desde el primer compás hasta el último la música, viva como pocas, de esta "comedia musical" sostiene con eficacia el entramado argumental provocando emociones diversas en el auditorio que van de la risa desternillante a la ternura o del ensimismamiento romántico a una nerviosa inquietud. La falta de originalidad de la dirección de actores exhibida por Ángel Fernández Montesinos a que hemos hecho alusión debe ser entendida, no obstante, con reservas. Es en primer lugar una opción estética, y se ejerce en coherencia con otros aspectos del montaje como la dirección artística, en clave ciertamente nostálgica. La pieza que Sorozábal padre e hijo estrenaran en el Madrid de 1958 planteaba una mirada moderna pero a la par algo demodé a un texto teatral 50 años más viejo y muy pasado de moda, y aunque hoy ese juego de una época mirando a otra se altera al entrar en juego una tercera era, lo que resulta innegable es que Fernández Montesinos y su equipo nos acercan al pasado desde sus propios usos y lenguaje teatrales. En cuanto a la pequeña escala de la orquesta también denunciada más arriba hay que reconocer que las dimensiones realmente estrechas del foso del Teatro Español la justifican. Montserrat Font Marco ha trabajo duramente con los componentes del improvisado conjunto sinfónico y apenas se escuchan momentos donde deje de haber empaste o desajustes con el escenario atribuibles a los componentes del foso. La maestra Marco con sus manos e indicaciones siempre precisas y expresivas ha dotado de nervio a la rica y variada partitura, con lecturas irresistibles de algunos de los números y con un continuo musical de indudable valor que sostiene por sí mismo esta puesta en escena. Los solistas vocales se encuentran muy seguros también bajo sus órdenes y sólo cuando se trata de cantantes "improvisados" (como Paco Valladares, que a veces tiene problemas con los tempi) puede haber desconcierto sobre el escenario. Mencionaremos por último el extraordinario trabajo actoral desarrollado tal y como la obra pide no ya en equipo sino en verdadera sintonía familiar: Desde esos padres entrañables encarnados por una Marisol Ayuso sin nada de voz pero con mucha humanidad y un Luis Álvarez en el que se conjugan las virtudes actorales y canoras en su justa medida, pasando por todas las parejitas de enamorados, cada cual más acertada que la anterior en su mezcla de ingenuidad y alegría de vivir para rematar con un Paco Valladares como tío Cayetano que no es que sea de la familia de la Muela sino que parece de la nuestra propia de lo asimilado que tenemos los espectadores su afectado pero gracioso papel. Son en cualquier caso las cinco tiples que encarnan a las hermanas de Caín, las que más felices hacen al auditorio en sus memorables números y escenas de conjunto, exhibiendo una graciosísima cursilería que evita con elegancia el empalago, bravo por todas ellas. Mención especial merece además el cameo de María Garralón como alocada Doña Jenara y las pinceladas de Trinidad Iglesias como timorata Brígida. Detrás de todas estas sobresalientes intervenciones son claras las directrices bien orientadas de Fernández Montesinos en una lectura honesta e inteligente de la obra hecha sin pretensiones trascendentes y justo por ello plenamente lograda. © Ignacio Jassa Haro 2011 more thoughts on the
music... Once again Teatro Español chose late Sorozábal for their summer show. And once again they’ve provoked a radical revaluation. The music for Las de Caín may not burn with the youthful, lyric fire of the pre-war masterpieces, but the sixty-year old maestro’s motivic, harmonic and above all orchestral craftsmanship prove totally captivating in the theatre. Most of us have only known the score from the 1965 LP (still available on EMI CD) and – as with La eterna canción – stage production makes sense of much that seems on first hearing gnomic or underwritten. With a serious of tiny motifs and flecks of orchestral brushwork Sorozabál elegantly gives nearly every character in a cast of 20 or so their moment of definition, and in one number – the brief Act 2 Concertante (“¡Mama, mama!”) – he dazzles us with a complex seven-person portrait in waltz rhythm, which advances the action contrapuntally whilst placing the Caín family with precise social point. Las de Caín is indeed that rare thing, a zarzuela built around its ensembles: that septet, several quartets, a trio and two major duets as well as brief but complex concertante finales to the first two of the three acts are all of brilliant quality. Oddly enough, the only comparatively weak number is the solo baritone romanza, soft-centred to the point of inertia and needing more subtlety than Javier Galan was willing or able to give it the night I saw him. To my ears his was perhaps the only seriously disappointing performance on display. It is worrying that such a young and promising singer is forcing his tone so crudely. By contrast Rosalia’s Act 3 solo doesn’t look much on paper, but the musical and theatrical delicacy soprano Hevila Cardeña brought to the table made for something totally absorbing and distinctive. The text is very light indeed. And if Las de Caín has a fault, it could be said that its music is almost too subtle, too freighted for the play. The same could be said of Shostakovich’s near-contemporary musical Moskva Cheryomushki. Both composers were fond of operetta; both created delectable scores which have the ambience of 1950’s American musical as well as their own time (Shostakovich) or place (Sorozábal); and neither had it in them to compromise their own, highly developed stylistic integrity. Otherwise I’ve little to add to Ignacio Jassa’s words. Montserrat Font Marco’s sensitive, firm direction got just about everything right. The company were in many cases better actors than singers, but all more than passed muster. And even though the instrumentation had been slimmed down slightly to accommodate the smallish Español pit, the composer’s mastery came across for all to hear. Finally, a word on the extent of the musical collaboration between father and son. Several correspondents have asked me “who wrote what?”. A conversation with Pablo Sorozábal, the composer’s grandson, has cast some light on this. The fine copy manuscript was possibly (but not certainly) written out in his father’s hand, and some of the melodic material may have emanated from him also; but Sr. Sorozábal feels, as most people listening to Las de Caín have always done, that the working out of ideas and instrumentation is in his grandfather’s highly personal style. So though it is impossible to say exactly “who wrote what”, the important point is that the whole work is very much “school of Sorozábal”, and written entirely in the older composer’s late style.
30-VII-2011 |