
Federico Chueca 100 años
después
Christopher Webber
Federico Chueca n.
Madrid, 5 de Mayo de 1846 f. Madrid, 20 de Junio de
1908
El compositor esencial
La técnica de
Chueca
La
ironía de Chueca
Chueca visto por
Nietzsche
Chueca hoy
El compositor
esencial
Hace un par de meses tuve que dar una charla sobre
fonografía zarzuelística a una de esas sociedades locales que son
la médula de la vida musical británica. Se trató de un
caso de amor a primer “oído”, pues mis oyentes se dejaron
conmover por esas romanzas e intermedios nuevos, pero a la vez
extrañamente familiares, como si los hubieran escuchado toda la vida.
Mientras respondía a las preguntas habituales, una señora entrada
en años de penetrante mirada me espetó la siguiente
cuestión: “Usted nos ha hecho escuchar música
fantástica, pero cada pieza parece muy diferente, ¿dónde
cree que radica la esencia de la zarzuela?” Naturalmente no hay una
respuesta fácil a ello, de manera que, cual buen político, yo
lancé mi propia pregunta por respuesta: “No podría
responderle sobre la esencia de la zarzuela, pero sí sobre el compositor
esencial de zarzuela.”
Ese compositor esencial de zarzuela es sin duda Federico Chueca,
“el alma de Madrid”, el hombre que fue adorado en vida y cuya
música pervive aún hoy, cien años después de su
muerte. Sus datos biográficos parecen extraídos de una
novela… el hijo de un conserje criado en una torre en el centro de la
ciudad; el adolescente detenido en las algaradas estudiantiles de 1865, que
escribirá su primera página musical en la cárcel para
luego llevársela a Barbieri, su padrino musical; el autor cuya primera
obra teatral de culto es prohibida por las autoridades municipales para evitar
desórdenes públicos; el hombre cuyo último gran
éxito es estrenado en el ultra-respetable Teatro de la Zarzuela. Se
trata de un progreso muy humano que, como muchos otros, culmina con un
flácida cadencia durante los últimos años de su vida,
ensombrecidos por los fracasos teatrales, por una salud quebrantada que le va
alejando de los escenarios y por una transformación en el estilo del
género chico que él contribuye a consolidar y que empieza a ser
desplazado por los cuplés sicalípticos al estilo parisino y por
los dulzones valses vieneses cantables.
 El cortejo funerario de Chueca haciendo un alto ante el Teatro Apolo
de Madrid
La técnica de
Chueca
Desde un punto de vista técnico Chueca es en muchos
aspectos un prototipo del compositor popular moderno. Sus canciones se
estructuran en base a formas estróficas sencillas, sus melodías
son directas y se ajustan a frases cortas, sus armonías son tan
funcionales como para escribirse solas. Si tenía capacidad o no para
abordar la orquestación es, por ahora, una pregunta sin respuesta, pero
como ocurrirá con Kálmán, Rodgers y Sondheim
después de él, no mostró interés por la misma en
las más de cincuenta partituras que escribió entre 1875 y 1907.
En especial se ha hablado mucho sobre la naturaleza de su prolongada
colaboración con Joaquín Valverde. En ausencia de evidencias
manuscritas y dado el posterior empleo recurrente de amanuenses –con un
joven Manuel de Falla entre ellos– parece razonable asumir que la
armonía y la orquestación eran tarea de Valverde.
Pero
nada de eso importa a la hora de aquilatar las cualidades que hacen de las
canciones y coros de Agua, azucarillos y aguardiente o La Gran
Vía piezas tan frescas ahora como hace cien años. Muchos
compositores habrán podido escribir buenas melodías, pero Chueca
tiene un genio intuitivo para unir el texto y la música de un modo
sorprendente logrando que se instalen en nuestra memoria. Una bonita
anécdota cuenta cómo Chueca dio un consejo a Tomás
Bretón cuando éste dirigía las seguidillas “Por ser
la Virgen de la Paloma” en un ensayo previo al estreno de La
verbena… Chueca sugirió a ese “alma seria” la
repetición de las sílabas y frases con que concluye la estrofa
(“un mantón de la China-na, China-na, China-na”) como medio
de realzar la melodía. Y ciertamente lo consiguió, transformando
la graciosa melodía de Bretón con el carácter barriobajero
del taconeado y con un excéntrico sentido cómico que una vez que
se escucha no se puede olvidar. Su modo imaginativo de tratar palabras y texto
es un importante secreto del atractivo popular de la música de Chueca
–incluso para oyentes que no tienen grandes conocimientos de lengua
española–. Y como en el caso de Leoš Janácek, Chueca
nunca desaprovechará siempre que le sea posible ninguna oportunidad para
incorporar una imitación rítmica de la vida real: el sonido de
las tablas de lavar (El chaleco blanco) o el de los bombos de
lotería (La Gran Vía); incluso en Agua, azucarillos
y aguardiente caben unos ronquidos supuestamente inducidos por un
narcótico.
La ironía de
Chueca
Desbrozando el camino
lleno de maleza, los estudiosos modernos de Chueca han destacado cómo
éste logra dar unidad a sus zarzuelas chicas construyendo sus partituras
en forma de suites de baile en las que existe un logrado equilibrio
entre la mazurca, el chotis, la polca y el resto de formas populares del
momento. Las canciones podrán ser sencillas pero la organización
es magistral. Una vez más las mejores canciones de Chueca no son tan
simples como puede parecer a simple vista. En The Beggar’s Opera
(1728) John Gay emparejó mordazmente versos satíricos con
canciones populares y arias de ópera, creando en el proceso una
distancia irónica entre música y texto que fue entendida y
disfrutada inmediatamente por sus públicos, ya fueran estos
filarmónicos o no lo fueran. Chueca hace algo similar en números
como el tango de la Menegilda de La Gran Vía, donde el
exotismo sensual de la forma danzable nos evoca intencionadamente el explotador
y duro trabajo cotidiano de la muchacha. Pero al margen de esto las
flácidas cadencias musicales nos transmiten lo esencial. El efecto a
más de resultar delicioso, sexi y divertido hace llegar el mensaje con
meridiana claridad. En ocasiones estas ironías funcionan a un nivel
meta-musical; más adelante en la propia Gran Vía, por
ejemplo, el texto del Elíseo y la forma de esta danza callejera son
coherentes con el espíritu del popular y sórdido salón de
baile ya desaparecido. Sin embargo ¿quién sino Chueca
podría haber concebido un chotis de tan grandiosas dimensiones para este
Elíseo de medio pelo, que logre rivalizar con los bailes vieneses en
poderío, elegancia y sofisticación? El efecto logrado en una
buena interpretación resulta original, impresionante e inesperadamente
conmovedor.
Chueca visto por
Nietzsche
Ningún otro compositor, ni siquiera Kurt Weill ha superado
a Chueca en esa clase de sofisticados efectos irónicos. Ése fue
el más importante legado musical que dejara a los compositores
zarzuelísticos venideros; de entre ellos, su cercano colega José
Serrano y, más tarde, Pablo Sorozábal, fueron quienes mejor
comprendieron el modo en que su admirado maestro era capaz de manipular el
texto mediante la música para lograr ciertos efectos. De hecho, la
ironía musical sería la única arma crítica de que
dispuso Sorozábal durante los primeros años del Franquismo;
afortunadamente llevaba la lección bien aprendida. Pero Chueca fue capaz
de combinar ironía con empatía y con un genial espíritu
travieso que le sitúa en un lugar de honor entre los grandes
compositores dramáticos, algo que Friedrich Nietzsche fue el primero de
todos en reconocer. Merece la pena transcribir con cierta amplitud estas
líneas de sus cartas de 1888-9 en [traducción castellana, N.
del T.] de la traducción al inglés de Christopher
Middleton:
“Una importante ampliación del
concepto – la opereta española La Gran Vía, que he
escuchado dos veces, un acontecimiento madrileño de primer orden. Algo
que simplemente no puede ser importado; se tendría que ser un
pícaro y el demonio mismo, un tipo instintivo y solemne a la vez…
Un trío de tres solemnes, viejos e inmensos villanos es lo más
fuerte que he visto y oído… incluso en música: el genio no
se puede formular. Pongamos por caso a Rossini, de quien conozco bastante su
obra –ocho de sus óperas– y elijamos nuestra favorita,
La Cenerentola, para compararla: pues bien, resulta mil veces
más inocente cuando se confronta con las obras españolas.
Sólo un completo pícaro podría concebir hasta el mero
argumento; el modo en que los villanos aparecen en escena como un
relámpago parece un juego de manos. Cuatro o cinco números
musicales que merecen ser escuchados… La bella Helena de
Offenbach escuchada inmediatamente después palideció tristemente.
Me marché. Dura una hora exacta…”
“Picardía española… la
antítesis del psicólogo será el medio de
comprenderme… Der Fall Wagner [El caso Wagner, N.
del T.] y La Gran
Vía”
El filósofo
alemán reconoció en el trabajo de Chueca la antítesis del
drama musical que él había estado buscando desde su
traumática ruptura con Wagner. Supo apreciar el ritmo
anti-operístico y la malicia de números como la jota de los
ratas, que mina los mantras estéticos y sociales más asentados
mediante una teatralidad e ironía musical muy agudas. No resulta
sorprendente que las autoridades de Madrid censuraran las representaciones de
La canción de la Lola (1880) –modelo temprano de los
posteriores triunfos de Chueca– en la creencia de que era tan popular que
amenazaba con subvertir el orden de los barrios bajos. (El impresionante culto
rendido a esta zarzuela en particular contribuye significativamente a trazar el
trasfondo de la magistral novela galdosiana Fortunata y
Jacinta en la que también se describen las protestas estudiantiles
de 1865 que llevaron al calabozo al compositor y le granjearon la fama desde el
principio.)
Chueca hoy
Chueca siempre ha llegado alto y claro a las audiencias de todos
los estratos. Su gran atractivo aunando lo callejero con el salón le ha
proporcionado un estatus de icono. Resulta significativo el hecho de que los
arreglistas del reciente cedé La Zarzuela + Pop apenas tuvieran que
cambiar una nota para hacer del tango de Chueca un producto atractivo para el
oído moderno. Se trata de un número tan redondo y resultón
¡que apenas pudieron hacer nada por mejorarlo! Y la vívida
reseña de Enrique Mejías sobre la reciente gala dedicada a
Chueca en la Plaza Mayor no
deja lugar a dudas de que los miles de personas congregados conectaron
instantáneamente con esa música de manera entusiasta. Si Chueca
parece haber perdido tan poco en los últimos cien años eso es
debido a que no se necesitan notas aclaratorias a pie de página para
acercarse a su música. Creo que el compositor habría
sonreído con picardía sabiendo que la plaza que lleva su nombre
se ha convertido en toda Europa en sinónimo de placeres
“alternativos” y estilos de vida no convencionales.
Por
tanto si debe haber un zarzuelero representativo ése debe de ser Chueca.
Su música es un tónico instantáneo para cualquiera que
esté bajo de ánimo. En ninguna otra tradición
músico-teatral se ha dado un fenómeno comparable. Parece ser que
en lo personal no fue tan dicharachero y alegre como su música sugiere.
Aunque le gustaba estar con sus amigos y sus colegas, no se esforzó por
hablar “de tú a tú” con el estamento musical;
Pedrell, por ejemplo, encontraba al madrileño introvertido, reservado y
poco sonriente. Chueca mostró tanto entusiasmo por la fotografía
como por la música y prefirió la práctica a la
teoría en ambos territorios. Su música puede resultar falta de
pretensión pero no por ello se debe tomar a la ligera; bajo una
superficie de engañosa ligereza, una partitura de Chueca esconde a
menudo un rico filón teatral. Muchas de estas minas han sido demasiado
poco explotadas: Por ese mismo motivo entre los abundantes homenajes que se
están llevando a cabo con motivo del centenario merece especial aplauso
que el Teatro de la Zarzuela haya elegido la prácticamente desconocida
De Madrid a París como tributo al más original
compositor de zarzuela. Mientras el género perviva la obra de Federico
Chueca seguirá en los escenarios; de seguro que esto ocurrirá
durante muchos siglos más.
© Christopher Webber
2008 Traducción española © Ignacio Jassa Haro 2008
Prohibida la reproducción sin permiso del autor
in English
Federico Chueca
(biography)
La Gran Vía (texts and
translations)
portada de zarzuela.net
15/VIII/2008 |